
El Cristo del Amor, camina y aguarda con su mirada perdida, esperando siempre el susurro de uno de sus hermanos, la sonrisa de la mañana, la esperanza de un futuro alentador, en el que la agonía de los cielos dorados se convierta en armonía que sea música en los oídos del alma.
El Cristo del Amor trae a Cabra la más perfecta advocación, que de sus propios labios nos dejó un buen día, para ser el Amor Fraterno que conviva entre las naciones, ese Amor que hoy tanto falta.
El Cristo del Amor trae rejuvenecidos y amplificados los sueños que un buen día labraron un trono, una cruz de guía y una diadema, para hacer realidad los sueños de ver a la Piedad suprema por los caminos que conquistan a Cabra.
El Cristo del Amor es la belleza de lo efímero, que cada tarde de Jueves Santo encauzará los ríos para que las lágrimas del séquito, lo trasladen hacia un distinto Sepulcro, uno en el que lo más importante no se el oro, ni el terciopelo ni la plata… Un sepulcro donde reavivar constantemente las lágrimas de aquellos que durante años lo han esperado sin descanso, sin saber siquiera como sería su cara, sus labios ni su figura… Es el culpable de sueños del grupo joven, de costaleros y de nazarenos, que partieron en su encuentro, entre el fresco marmol de la mezquita egabrense... El Cristo del Amor seguirá entre los siglos de San Juan Bautista del Cerro, para ser la última pieza del puzle que conforma la pasión Egabrense, para coronar a la máxima a los sentimientos primaverales.
El Cristo del Amor es la esperanza eterna de un sueño que se hace realidad, en cada puntada que nos regala la vida, en cada puntada que borda la eterna complicidad, de quienes cada mañana te miran a la cara, y saben que viven un día más en esta muchas veces vida de desengaño, aunque solo sea por esperar una nueva mañana de Jueves Santo.