Era como un sueño, que poquito a poco se hacía realidad. Marcos vivía en una casa pequeña, sin muchos lujos, con sus padres, su hermana recién nacida y su abuela, en uno de los barrios más humildes de Cabra. En su habitación, junto a la cama, en la mesita de noche, aguardaba un recorte de revista, donde aparecían dos imágenes: un hombre, en Agonía, y una bella mujer, que como si la luz de la mañana fuese, aportaba día a día un rayo de esperanza en su casa. Junto a ellos, una caja de zapatos llena de estampas de besamanos, carteles coleccionados junto a su padre, y que recogían en si mismo tardes por el centro, pidiendo en cada establecimiento que “se lo guardaran”.