Ntra. Sra. del Mayor Dolor en su Soledad. Ismael Ruiz |
Al final has cumplido tu promesa. Antes no te vi en los
rincones y plazas a las que me tenías encadenado, donde el viento rompía con la
fuerza del agua las emociones de la espera. Te lloré y te lo conté, incluso llegué
a odiarte. Pero tu amor siempre todo lo rebasa, y has querido darme una vez más
la blancura de la cal en tus calles, salpicada del colorido de las flores, para
honrarla a Ella.
Tenías que pagarme de alguna forma todo lo que dejaste de
lado, y lo has hecho regalándome lo mejor que tienes en ti. Lo has hecho
ahogando mis lágrimas del pasado en fuentes de sonrisas y locura, porque hace
un año ya te lo dijeron, “de esa amargura, llegó esta felicidad”, y
verdaderamente lo ha hecho. Lo ha hecho cambiando la caída del líquido
manantial de tu cielo a sus mejillas, enjugando la alegría de la Gloria con la
hermosura que se recoge en los sollozos de pasión. Me has demostrado que de la
lluvia, por fin puedo decir que llegó la esperanza de nacer nuevamente en lo
efímero, de vivir los tiempos que no pasan y se encierran en el reloj de la
vida. El sol se asoma a tus calles, y baña con sus rayos tu sonrisa de humilde
doncella, de alegría, de prado de salud, de amor y remedio.
Has querido que me perdiera por unas calles distintas a las
de Cabra. Que me perdiera junto a caminos que la unen con Sevilla, que estos me
llevasen hasta antiguas calzadas de tardes de toreo, sol y sombra, que me han
hecho también llevar hasta mi mente, rezos de Rosario a la Caridad, y oraciones
hechas cante y Rocío, simultáneas en el tiempo y la distancia.
Y allí, venciendo el Lorenzo a la fina humedad, he vuelto a
sentir Su presencia. Gracias a ti, he encontrado, y me has devuelto, querida
Semana Santa, la esperanza y la certeza de lo escrito en aquel bendito pacto.
Gracias a ti me has hecho valorar los días malos y sopesarlos con los buenos, y
La he encontrado serena en su particular estampa, como aquella primera vez que
lo hice, allá por Mayo de muchos años.
Me has demostrado que seguías allí esperándome, con tu vista
perdida en el dolor, y tu mano tendida en el infinito que recoge los besos de
la compasión. Alegre, pálida, dulce, angustiada, arrogante. Has demostrado de
nuevo tu sabiduría amasando la cadena de rosarios inmortales. Y no me has
engañado de nuevo, cuando he intentado mantenerte nuevamente la mirada. Eras la
misma que hace ya más de un lustro me cautivó con los sollozos, me has
convencido para parar el tiempo que separaba entre lo divino y lo terrenal,
entre el cielo y lo humano. Y hemos
hablado una vez más de todo lo que mi corazón siente cuando te mira, del aire
que se levanta entre el calor de la primavera cada mañana para rozar tu rostro,
y busca por el Real de la Carretería tu dulzura.
He vuelto a besar tus manos de Madre de Dios, como ya
hiciera hace tiempo sin conocerte. Aquella tarde que te cruzaste en mi vida,
aquella tarde en la que pisé Mayor Dolor por primera vez Sevilla, y quedé
prendido de la belleza que encierras en tu mirada, en Soledad.
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